domingo, 22 de febrero de 2009

El martillo

Ya no podía soportarlo más. Llevaba días y días tratando de escapar, de esconderse. Lo mismo subía al monte más alto hasta sentir que el viento helado le cortaba el rostro, como se metía en lo más profundo de una húmeda cueva donde se sentía como un niño en el útero materno. Había pasado tardes en casa, con las cortinas echadas, para no ver a nadie y que nadie la viera, y había frecuentado los pubs nocturnos de moda con sus mejores galas, donde todos la miraban por su resplandor.
Había callado sus penas y tormentos, y los había detallado a todo el que se había cruzado en su camino. Había ignorado las imágenes que acudían a su cabeza y las había estudiado minuciosamente.
Pero todo había sido inútil. El pasado, cual telaraña húmeda, sucia y constante, la acompañaba allá donde fuera y no la dejaba ni a sol ni a sombra. Su corazón se encogía de congoja cuando en los momentos más inesperados volvía a sonar en su cabeza una voz, aparecían ante la vista de su memoria unos ojos, rememoraba su piel el tacto de otra piel...

Aquella tarde, tuvo una nueva idea, algo que no había intentado aún. Cogió la primera herramienta que encontró y la miró fijamente. Un martillo viejo, con el mango de madera, pero lo suficientemente firme como para poder ayudarla. Agarrándolo con las dos manos, descargó un fuerte golpe sobre su propia cabeza. Lo último que vio fueron algunas gotas de sangre salpicando el suelo frente a ella.

Mientras tanto, el sol, para no ver aquella escena, aquel intento inútil de olvidar, se ocultaba tras las montañas echado en un suave manto de luz rosada.

1 consuelos:

Anónimo dijo...
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