lunes, 29 de noviembre de 2010

La hoja tenaz


La luz del sol pasa a través de una amarillenta hoja de castaño de Indias que se resiste a caer al suelo a pesar de la brisa que la empuja suavemente. Se desparrama sobre el aire y se despliega como una suave manta otoñal, de colores cálidos, posando una leve caricia sobre las mejillas de la chica que contempla el espectáculo.


Está melancólica y se siente sola, pero le maravilla la visión que tiene ante los ojos y se sorprende de que a su alrededor, la gente camine ajena aquel hecho. ¿Nadie sentía un cierto orgullo al comprobar la resistencia de la frágil hoja del árbol? ¿Nadie notaba la compasión de la brisa, que la empujaba suavemente, como instándola a saltar, en vez de aparecer como un viento furioso y arrancarla de la rama en la que se sostenía?


Entonces, una mano se posa suavemente en su hombro y cuando se gira, sus labios apenas se curvan, ya que toda su alegría se refleja en sus ojos al verle, y él no necesita más que aquel brillo en su mirada para comprender. Antes de caminar junto a él, le dirige una nueva mirada a la hoja del castaño: si resiste un poco más, quizá consiga lo que se propone, aunque sea ser la última de sus hermanas en abandonar el árbol.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Última parada

Envuelto por el frío aire otoñal en el que se enmarañan sus pensamientos, espera bajo la estructura de ladrillo viejo que conforma la estación de autobuses. Está nervioso, intrigado, ansioso, tiene miedo y esperanza, pero se mantiene firme y atento.


Entonces la ve.


Llega arropada por las multicolores rayas de una enorme bufanda, con los ojos brillantes, las mejillas enrojecidas por el frío y una sonrisa en los labios, trayendo con ella la serenidad, la confianza y la seguridad.


Cuando se miran a los ojos, saben que sus solitarios viajes por el anhelo y el deseo han terminado, y que jamás volverán a caminar sin unos pasos que los acompañen.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Y van 64...

Primero, un súbito estallido rojo, que se vuelve anaranjado, que se funde en negro.

Después, el negro se agita, se llena de estrellas, de pequeñas chispas amarillas.

Por último, el ojo se abre a duras penas, el párpado luchando con su propia hinchazón mientras la pupila es invadida por la luz blanca del fluorescente de la cocina. Un ángulo extraño: las juntas de las baldosas, las patas de la mesa, esos zapatos tipo ejecutivo..., todo en diagonal.

Ahora vuelve el rojo, seguido del morado, y otra vez el negro.


La hemorragia de colores provoca confusión y se acompaña de un dolor sordo e invasivo. Por encima del arco iris de crueldad, se escucha una voz.


- Que sea la última vez que no tienes la cena preparada.


martes, 23 de noviembre de 2010

Encerrada

Sentada en el suelo, con las piernas dobladas a un lado, sobre la piedra fría y dura. Los dedos de sus manos retorciéndose de manera suave e instintiva, jugando con las dementes ideas que salen de su mente. La cabeza inclinada hacia adelante. Los cabellos enmarañados cayendo sobre su rostro. Las mejillas cortadas por las lágrimas secas y el frío del ambiente. El dolor atrapado en el corazón.

Sólo el silencio y la penumbra la rodean. Ha olvidado cuánto tiempo lleva allí. Nadie va a verla. Nadie se preocupa por ella. Se marchita, pero al mismo tiempo resiste. No se rendirá, porque su paciencia es infinita.

Levanta el rostro por fin y sus ojos húmedos y apagados, enloquecidos, agotados y anhelantes, contemplan una vez más la puerta que tiene delante, una puerta gris, sin ventanal, fabricada con piedras grises que muestran el incipiente verdor del musgo.

Deja escapar un lastimoso quejido que acaba convirtiéndose en un largo gemido de añoranza. Espera que él lo escuche, espera que el viento se alíe con su tristeza y le haga llegar su desesperación y soledad. Espera que toque su corazón, que lo conmueva y que por fin vaya a rescatarla.

Pero es en vano.

Ya no quedan príncipes azules.

lunes, 22 de noviembre de 2010

El empresario

Las manos de la masajista se deslizan arriba y abajo por aquella espalda tensa, dura y llena de músculos cuyos nudos atrapan las mil y una historias que el empresario vive cada día. Siente bajo las yemas de los dedos la piel curtida del hombre, que a pesar de los inciensos, las luces tenues y el olor de los aceites, no puede dejar de hablar de su trabajo. Con infinita paciencia, observa aquella nuca despejada y los cabellos negros perfectamente peinados. El cuerpo del empresario vibra debido a la energía con la que habla y la masajista encuentra cada vez más difícil la concentración en su labor.

- ¿Y si hablamos de otra cosa? Está usted muy nervioso...

Por unos instantes, la voz del empresario deja de escucharse en la pequeña habitación y la masajista esboza una tenue sonrisa. Una tenue sonrisa que se convierte rápidamente en un rictus de terror cuando el empresario se gira rápidamente y atrapa entre sus gruesos dedos el cuello de la mujer, apretando al tiempo que se incorpora en la camilla, hasta que ella queda de rodillas en el suelo, con los ojos vidriosos por lágrimas de miedo y de angustia. La contempla con frialdad sin dejar de ejercer presión sobre su garganta hasta que tras un último estertor, el cuerpo de la masajista cae inerte sobre el suelo.

El empresario se vistió y salió de allí mientras se colocaba la corbata.

A él nadie le decía lo que tenía que hacer.

Maneras

¿Es que no vas a ofrecerme una dáliva sangrienta? Porque no veo los cristales clavados en tu brazo ni tu sonrisa enloquecida...

¿Tampoco vas a cruzar océanos de tiempo para encontrarme? Aún te estoy esperando, acariciando un lobo blanco...

¿Y cuándo te vas a volver loco porque no puedes solucionar mis problemas? No te veo desesperado al contemplar mis lágrimas...

¿No vas a esperarme bajo la lluvia cuando salga de trabajar? Estoy muy cansada y verte empapado por mí me haría sonreir...

Si no vas a hacer todas estas cosas, si no te va a inflamar la pasión, si no vas a perder la cabeza por mí, si no vas a vivir esto con la máxima intensidad... Si te vas a limitar a unas tibias carantoñas, a las frases hechas y a la rutina amorosa establecida por la sociedad...

¡Vete! ¡Lárgate! ¡No es a ti a quien busco!

sábado, 20 de noviembre de 2010

Anhelo

La congoja se desliza por mis mejillas ruborizadas en forma de pequeñas lágrimas perezosas, brillantes, sentidas, nostálgicas. Los suspiros se escapan entre mis labios, recién nacidos en el nudo que me aprisiona la garganta.

Mi mano se cierra en busca de otra mano a la que aferrarse. Mi corazón palpita alterado por una veloz arritmia, desconcertado por la ausencia de alguien por quien latir. Mi cuerpo se siente inútil, pues no encuentra otro cuerpo que le dé calor.

Te echo de menos. No sé quién eres. Nunca he visto tu cara. Tampoco he escuchado tu voz. Pero te echo de menos y quiero que estés aquí conmigo.

Cuando un cabrón se muere...

Cuando un pajarito se cae de un árbol y muere aplastado contra el asfalto... ¿deja de ser un pajarito?


Cuando un perro muere atropellado en la carretera... ¿deja de ser un perro?


Cuando un gato muere asfixiado por los humos del motor del coche en el que se ha escondido... ¿deja de ser un gato?


¿Y por qué cuando un cabrón muere, deja de ser un cabrón?

jueves, 18 de noviembre de 2010

Bajo tierra

Gris, ceniza, humo. Polvo, metal, ruido.
Caras asimétricas, miradas perdidas, labios llenos de amargura.

Murmullos que se extienden a través del calor de máquinas y cuerpos.
Susurros. Juicios de un segundo, críticas, decisiones.

El indio que canta, el niño que llora, el hombre que no cede su asiento, las chicas que ríen, el trabajador que duerme.

El chirrido de las ruedas metálicas en las vías como canción de cuna de los que están cansados de vivir, de luchar, de sobrevivir.

¡Cuánto tiempo atrapados bajo tierra, cuánto tiempo entre extraños, cuánto tiempo sentada, en pie, subiendo, bajando, entrando y saliendo!